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Conoce la leyenda de “Las lloronas de Hueyotlipan”

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Santo Tomás Hueyotlipan, Pue.- Durante la temporada de Día de Muertos los mitos y leyendas se hacen presentes, estas narrativas se entrelazan con las creencias prehispánicas y las tradiciones actuales de la celebración.

En el marco de la celebración del Día de Muertos o Todos Santos, el cronista del municipio de Santo Tomás Hueyotlipan Ricardo Méndez nos comparte una interesante leyenda del lugar.


Leyenda

“Hace mucho mucho tiempo, cuando apenas vivían unas cuentas personas en el pueblo y México se llamaba la Nueva España, la Hacienda de Santa Inés ubicada junto al pueblo ya existía, en ella vivía una familia prospera y rica que muchas veces en años de epidemias y sequías ayudaban a la población de Hueyotlipan.

El dueño de la Hacienda, Francisco García, tenía dos hijas de una belleza sin igual, dicen los que las conocieron que la mayoría de los jóvenes de la región querían desposarlas, pero don Francisco era un hombre muy celoso y siempre las cuidaba con recelo y dedicación.

De las pocas veces que estas dos hermanas salían al pueblo era cuando se hacia el mercado de los miércoles en la plaza del pueblo, las dos hermanas eran escoltadas por sus sirvientas, mujeres mulatas que trabajaban en la cocina y cuidaban de las dos jóvenes.

En la Hacienda, trabajaban como capataces dos amigos originarios del pueblo, Andrés Munguía y Rafael Oropeza, estos dos jóvenes además de apuestos eran diestros en las labores del campo y podían amansar a los caballos mas bravos de la hacienda, también cuidaban que los peones no se robaran nada y que trabajaran con cuidado y esfuerzo.

Un día de mercado, las dos hermanas García iban hacia la Hacienda de su padre cuando una víbora asustó al caballo que jalaba la carreta en la que iban volviéndose como loco y eso hizo que las dos hermanas cayeran y se lastimaran, como Andrés y Rafael andaban cerca corrieron en su auxilio y las llevaron a la hacienda. Tal fue la impresión de las dos muchachas que se enamoraron en un santiamén de los jóvenes, y en ese momento comenzó a germinar un amor tan intenso como ningún otro.

En ese entonces los matrimonios de las familias ricas eran acordados y don Francisco había decidido casar a sus dos hijas con los dueños de la Hacienda Altamira que se encontraba cerca del pueblo. Sus hijas al enterarse se disgustaron y le confesaron a su padre que ya tenían novios y que estos eran sus capataces Andrés y Rafael y que querían casarse con ellos.

Pero eran otros tiempos, y poco importo la opinión de las dos hermanas, la furia de don Francisco no se hizo esperar, las encerró en sus cuartos y mandó a traer a los dos jóvenes, que ante la autoridad de don Francisco no pudieron hacer nada, los castigó y corrió de inmediato. Los jóvenes con la alma desecha y el corazón roto salieron con sus caballos rumbo al pueblo, pero la noche había caído sobre sus espaldas.

Al otro día unos peones avisaron a don Francisco que en el jagüey que esta afuera de la Hacienda estaban flotando dos cuerpos, rápidamente fueron a ver y se trataba de los dos amigos que en una noche de borrachera causada por el corazón roto llegaron hasta el jagüey y se lanzaron en el hasta morir.

Cuando las dos hermanas se enteraron de la noticia una tristeza inmensa las oprimió y el llanto brotó de sus ojos durante días enteros. Casi no comían, no salían de su cuarto. Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses y lo poco que comían las hermanas solo las ayudaba para seguir llorando.

Una noche, ayudadas por sus sirvientas que ya no las querían ver llorar, las dos hermanas salieron sin ser vistas de la hacienda, y caminaron en medio de la noche hasta llegar a la iglesia del pueblo, dicen algunos que las escucharon sollozar en el camino, pero no tuvieron el valor de asomarse a la ventana pues como no había luz eléctrica la penumbra de la noche estremecía a cualquiera.

Nadie volvió a ver a las dos hermanas, el último recuerdo fue sus pasos en medio de la noche y su sollozo que rompía el silencio de las calles. Al otro día, en la entrada de la iglesia aparecieron dos estatuas, de dos mujeres que sostenían un cráneo. Dicen que son las dos hermanas que desaparecieron y que por alguna extraña razón se convirtieron en piedra con los cráneos de sus dos amantes en recuerdo de un amor que nunca tuvo un final feliz.

Don Francisco nunca quiso ver las estatuas y murió encerrado en su hacienda. La gente siguió con sus quehaceres de cada día, lo único raro eran las dos mujeres con el cráneo de sus amantes cargando que habían aparecido en la entrada de la iglesia, pero con el paso del tiempo se fueron acostumbrando.

Dicen los abuelos que cuando se acercaba el día de muertos, por las calles del pueblo se podían escuchar como las dos hermanas caminaban llorando con el cráneo de sus novios en la mano e incluso dicen que si te quedas mirando las estatuas un buen tiempo en la noche puedes ver como las lagrimas se escapan de sus ojos.

Ya tiene mucho tiempo que esto no sucede, pero eso es lo que contaban los de antes”.

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